Solo al pronunciar el nombre del continente africano, me embarga una sonrisa llena de recuerdos y emociones. África no solo me trae a la mente los momentos inolvidables vividos en varios de sus países, sino que también evoca una palabra que resuena con fuerza: aventura. Una aventura única que se vive al recorrer lugares casi desconocidos, al explorar ciudades fascinantes de naciones que, aunque a menudo son más conocidas por su pobreza y los riesgos que podrían implicar, esconden entre sus rincones una naturaleza sorprendente, paisajes que desafían la imaginación y, sobre todo, una hospitalidad, generosidad y alegría incomparables de sus habitantes. Acompáñame en este interesante recorrido durante un fin de semana diferente en Dakar.

Fin de Semana Diferente en Dakar

En esta ocasión, nos dirigimos a Dakar, la vibrante capital de Senegal, situada en la costa de África Occidental. Con una población cercana al millón y medio de habitantes, Dakar tiene una historia fascinante que se remonta al siglo XV, cuando los portugueses la colonizaron con la finalidad de convertirla en un centro de exportación de esclavos hacia América, con la isla de Gorée como uno de los puntos clave de este sombrío comercio. Posteriormente, fue tomada por los franceses, quien la transformó en un puerto esencial para el imperio colonial. Hoy, Dakar se presenta como una ciudad dinámica que fusiona la modernidad con las huellas de su pasado colonial, con una gran influencia europea y una rica herencia local. Su puerto, uno de los más importantes de África, sigue siendo un centro neurálgico para la región, mientras que sus calles bulliciosas, su vibrante vida cultural y su mezcla de tradiciones continúan cautivando a los visitantes.

Fin de Semana Diferente en Dakar

Después de un largo vuelo desde Casablanca, Marruecos, llegamos al aeropuerto poco después de la medianoche. Nos esperaba el chofer de la organización en la que trabaja mi esposa, quien nos conduciría hasta nuestro alojamiento, un apartamento sencillo pero muy bien ubicado, cerca del vibrante centro histórico de la ciudad. A pesar de su modestia, contaba con todas las comodidades necesarias para garantizar nuestra comodidad durante la estadía. Recorrimos la avenida La Costanera y llegamos al edificio justo a tiempo para darnos un relajante baño y descansar unas horas antes de que amaneciera. Este no era el primer encuentro con la ciudad, ya que habíamos visitado el lugar en tres ocasiones anteriores, pero esta vez sería diferente: pasaríamos casi dos meses aquí, aunque este relato se centra únicamente en el fin de semana previo al inicio del trabajo de mi esposa. Acompañados de nuestro pequeño, que aún no cumplía su primer año pero ya había recorrido más de cinco ciudades en África, aprovechamos esos días libres para explorar más a fondo la ciudad y sus alrededores. Esta escapada sería el comienzo de nuevas aventuras juntos, mientras mi esposa se dedicaba a su trabajo y nosotros dos nos sumergíamos en lo que la ciudad tenía para ofrecernos.

Fin de Semana Diferente en Dakar

A la mañana siguiente, al despertar y ver la ciudad desde las alturas, nos encontramos en el balcón del apartamento, observando las terrazas y las bulliciosas calles de Dakar. El ruido del tráfico, un caos que podría aterrorizar a cualquier extranjero, ya era algo que habíamos aprendido a ignorar. El tráfico fluía con normalidad, casi como una melodía propia de la ciudad, y aunque el caos parecía imparable, para nosotros ya era parte del paisaje. Nos alistamos rápidamente para disfrutar del desayuno y comenzar nuestra visita a la Isla de Goreé, un lugar cargado de historia y oscuridad, pero fundamental para la cultura afroamericana. Allí, millones de esclavos fueron separados de sus familias, vendidos y transportados a las Américas para trabajar en las plantaciones de café, caña de azúcar, tabaco y más. Tomamos el ascensor, bajamos y, al llegar al vestíbulo, el encargado de seguridad ya tenía las llaves de nuestra Land Cruiser, un vehículo que habíamos usado en todas nuestras visitas a la ciudad. Era una Prado blanca, perfectamente equipada para las aventuras por Dakar.

Fin de Semana Diferente en Dakar

 Condujimos entre el bullicioso tráfico de un sábado por la mañana y nos dirigimos a uno de mis lugares favoritos para desayunar: Artisan Boulanger Eric Kayser. Un pequeño café de estilo parisino, cuyo dueño, un overlander europeo, decidió hacer de Dakar su hogar después de cruzar todo el continente en su Land Rover Defender 110. El aroma de los croissants recién horneados y la variedad de pasteles y platos sorprendentes nos envolvió. Nos deleitamos con una selección de pastries, un exquisito pan francés con queso manchego y jamón ibérico, y por supuesto, un jugo de naranja natural recién exprimido. Después de este delicioso desayuno, nos dirigimos al puerto para tomar el ferry que nos llevaría a la Isla de Goreé, dispuestos a descubrir las huellas de la historia que aún resuenan en este lugar único.

Fin de Semana Diferente en Dakar

En el puerto, embarcarse en el ferry tiene una particularidad: los locales no pagan, pero los turistas sí. Sin embargo, gracias a nuestra visa de trabajo y después de convencer al encargado de que vivíamos en la ciudad, nos permitió pasar sin costo alguno. El barco, un antiguo navío con más partes oxidadas que pintadas, nos llevaría a la isla en un trayecto de 30 minutos. A medida que nos alejábamos de la costa, los edificios de la ciudad se iban haciendo cada vez más pequeños, mientras la silueta de la isla se aproximaba lentamente en el horizonte.

Fin de Semana Diferente en Dakar

La Isla Goreé, con poco menos de 36 hectáreas, fue descubierta por los portugueses en 1444. Desplazaron a sus habitantes de la raza Lebu y construyeron una fortaleza para protegerla de los piratas franceses y británicos. Con sus casas de arquitectura portuguesa, la isla se convirtió en el principal centro de comercio de esclavos de África durante siglos. Desde aquí, los barcos cargados de prisioneros llegaban de diversas regiones del continente, como el Congo, Angola y Mozambique, donde los esclavos pasaban sus últimos días en su tierra natal, sin saber que nunca volverían a ver el continente que los vio nacer. Después, eran enviados a los barcos mayores para ser transportados a las Américas, principalmente Brasil, República Dominicana y Cuba, desde donde serían distribuidos por todo el continente. Más de 20 millones de africanos pasaron por esta isla, y muchos de ellos nunca llegaron a las Américas, pues morían en el camino y sus cuerpos eran arrojados al mar.

Esta historia, aunque parezca pertenecer a un pasado lejano, sigue viva en las personas y, lamentablemente, el comercio de seres humanos sigue existiendo en la actualidad. Cuando el Imperio Francés tomó posesión de la isla, puso fin al comercio de esclavos en ella, pero la herencia de sufrimiento no desapareció por completo. Tras la independencia de Senegal, la isla fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, y hoy en día conserva las mismas estructuras y fortificaciones que una vez fueron el oscuro escenario de un infierno humano.

Recorrimos la isla durante unas horas, visitando la imponente fortaleza que resiste el paso del tiempo y caminando por los mismos caminos que una vez transitaron los esclavos, quienes, con destino incierto, fueron forzados a embarcarse en un viaje sin retorno. Fue imposible no emocionarnos al explorar el museo y la casa que les brindaba refugio, un lugar donde se conservan las huellas de aquellos días oscuros. A través de las puertas antiguas, las últimas que cruzarían millones de personas, nos encontramos frente al muelle histórico donde los esclavos eran conducidos hacia los barcos, anclados no muy lejos de la isla. Aunque la belleza del lugar es innegable, se siente una atmósfera de sufrimiento. Al caminar por aquí, se percibe la angustia y el miedo que muchos vivieron. Este es un espacio que invita a reflexionar sobre cómo podemos construir un mundo más armonioso, donde las diferencias de raza y religión no sean motivo de división y sufrimiento, para evitar que se repita la historia.

Poco después del mediodía, regresamos a tiempo para disfrutar de un delicioso almuerzo en el Sea Plaza, un centro comercial moderno ubicado a orillas del Atlántico. Este lugar cuenta con una impresionante variedad de tiendas europeas populares y una amplia gama de restaurantes. En particular, uno de mis favoritos me transporta a mi juventud en Venezuela: Shady’s Grill. Este restaurante, en su terraza al aire libre, ofrece un extenso menú de comida árabe, y el shawarma de carne es sencillamente delicioso. El Sea Plaza es el sitio perfecto para pasear por la tarde, rodeado de tiendas artesanales y bares junto al mar. En su gran paseo, entre la ciudad y el océano, las tardes cobran vida con locales que caminan y hacen ejercicio, creando un ambiente vibrante y acogedor. Y no hay mejor manera de disfrutarlo que con una refrescante agua de coco fría en mano.

Llegó el domingo, nuestro último día en este relato, y el clima nos regaló un hermoso día soleado con un cielo azul radiante. Comenzamos la mañana disfrutando un desayuno casero con pan francés y pasteles deliciosos que habíamos comprado la tarde anterior en Eric Kaiser. Con el estómago lleno y el espíritu aventurero, subimos al vehículo y emprendimos rumbo hacia el norte, dejando atrás la ciudad de Dakar. Tras una hora de viaje, llegamos al destino que tanto había esperado: Lac Rose, el famoso lago rosa.

La primera vez que escuché de Dakar fue en los años 90, gracias a la fascinación que tenía por el Rally París-Dakar, el original. Este lugar mítico era la meta de una de las competencias más duras y legendarias del mundo, mucho antes de que el Dakar moderno se trasladara a Sudamérica y luego a los Emiratos Árabes. El rally original comenzaba en París y terminaba justo aquí, en Lac Rose. Ahora, al estar en este lugar icónico, era imposible no imaginarme cruzando la meta tras días de competencia épica.

Lac Rose es realmente encantador, con sus aguas teñidas de un color rosado único debido a la concentración de sal y microorganismos. Alrededor del lago, locales trabajan artesanalmente recolectando sal, una actividad que forma parte de la identidad del lugar. Gracias a la robustez de nuestro Land Cruiser, pudimos rodear todo el lago. Mientras avanzábamos por las suaves arenas y las dunas rodeadas de palmeras, me sentí como un verdadero campeón en un escenario que rebosa aire de aventura y espíritu competitivo.

En uno de los extremos del lago, descubrimos un pequeño restaurante rústico, similar a los que adornan las playas del Caribe. El menú no podía ser más tentador: pescado frito, arroz y papas, servidos en mesas de madera sobre la arena, bajo techos de palma que ofrecían sombra y dejaban pasar una brisa refrescante. No había mejor manera de culminar la jornada. El pescado, fresco y perfectamente sazonado, nos dejó satisfechos y felices, mientras contemplábamos la belleza del lago y reflexionábamos sobre la mezcla de historia, naturaleza y aventura que envuelve a este lugar mágico.

Tras disfrutar de un delicioso almuerzo que dejó nuestros sentidos satisfechos, emprendimos el regreso a casa con una parada especial en Dakar para aprovechar la tarde. Con energía renovada, exploramos la vibrante Route De La Corniche, la icónica avenida costera de la ciudad. Pasamos junto a la majestuosa Gran Mezquita de Dakar, cuya arquitectura deslumbra tanto como su historia. Nuestro destino principal fue el impresionante Monument de la Renaissance Africaine, una colosal estatua de bronce que se alza orgullosa a más de 55 metros de altura sobre una colina, dominando el horizonte de la ciudad.

La llegada al monumento es toda una experiencia. El ascenso por sus largas escaleras puede parecer un desafío, pero la recompensa es inigualable: una vista panorámica de Dakar que quita el aliento, acompañada de la imponente figura de esta obra que celebra la fuerza y el renacimiento del continente africano. Una experiencia inolvidable, un lugar mágico para culminar nuestro fin de semana en Dakar.

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Por Manu por el Mundo

En 1993, Manu, un intrépido explorador de Venezuela, emprendió un viaje inicialmente en busca de conocimiento académico. Impulsado por una sed inextinguible de aventura, recorrió una variedad de paisajes, sumergiéndose en culturas diversas a lo largo de las Américas, el Caribe, África, Asia y Europa. Su vibrante mosaico de experiencias abarca desde las dinámicas ciudades de los Estados Unidos hasta los vivos tapices de África, descubriendo tesoros ocultos en Europa y Asia, y saboreando las esencias distintas del Caribe. A lo largo de su notable travesía, la curiosidad y mente abierta de Manu sirvieron como su estrella guía a través de las complejidades y maravillas del mundo. Su viaje es un testimonio del enriquecimiento profundo que se encuentra en la exploración y en la adopción del entendimiento intercultural. En la actualidad, pasa sus días trabajando para la empresa de entretenimiento más grande del mundo, ubicada en el centro de Florida, dedicando su tiempo libre a seguir explorando a través de aventuras en 4x4, motocicleta y bicicleta.