A principios de otoño, viví una de las experiencias más emocionantes y únicas de mi vida: cruzar el majestuoso Canal de Panamá, desde el Atlántico hasta el Pacífico. Pero esta no fue una travesía común y corriente; lo que la hizo extraordinaria fue haberla realizado a bordo del JS Kashima, el buque insignia de la flota de entrenamiento de la Fuerza Marítima de Autodefensa de Japón. Esta aventura es algo que todo viajero amante de la historia, la cultura y la adrenalina debería incluir en su lista de deseos. Te invito a descubrir un increíble viaje cruzando el Canal de Panamá.
Ahora, seguramente te preguntas: ¿cómo terminé a bordo de un barco militar japonés para esta hazaña? La mayoría de las personas optan por cruzar el canal en cruceros turísticos, pero, ¿dónde está la emoción de hacerlo como todo el mundo? Mi fascinación por Japón, su cultura y tradiciones, ha moldeado mi vida y me ha permitido conectar con personas increíbles, tanto japonesas como residentes de ese país. Fue gracias a esta red de amistades que, hace unos meses, recibí una invitación que no podía rechazar.
Un gran amigo mío, encargado de la logística para la flota de entrenamiento japonesa durante su viaje anual de graduación, me ofreció la oportunidad de unirme a ellos. Este viaje, que dura seis meses y da la vuelta al mundo, incluye paradas estratégicas en diferentes puertos, siendo Panamá un destino fijo para cruzar entre océanos. Sin pensarlo dos veces, acepté. ¿Cómo podría negarme a una experiencia tan única como esta, y más aún, a bordo de un navío militar japonés?
Durante la travesía, no solo admiré las maravillas de la ingeniería del Canal de Panamá, sino que también tuve el privilegio de convivir con la tripulación, aprender sobre su cultura y sentirme parte de una tradición marítima llena de disciplina, camaradería y orgullo. Fue un viaje que marcó mi vida y me dejó con recuerdos imborrables que siempre atesoraré.
Panamá se erige como uno de los principales centros de conexión en Latinoamérica, con cientos de vuelos diarios que enlazan a las principales ciudades del continente. Viajar desde Florida es muy sencillo: solo tienes que elegir entre los numerosos vuelos que despegan diariamente desde Tampa, Miami y Orlando hacia la vibrante Ciudad de Panamá. En mi caso, mi aventura comenzó desde el aeropuerto de Orlando. Llegué a la capital panameña un domingo por la noche, donde me esperaba un cálido recibimiento en el aeropuerto. Sin perder tiempo, nos dirigimos al famoso Mercado de Mariscos, ubicado en la emblemática Cinta Costera. Este mercado, situado junto al puerto de pescadores artesanales, es un paraíso para los amantes de los productos del mar, con pescados y mariscos frescos en cada rincón.
Además de ser un punto clave para la distribución de frutos del mar, el mercado alberga pequeños restaurantes donde la especialidad siempre es la pesca del día. Mi elección fue sencilla pero inolvidable: un ceviche mixto, un filete de dorado acompañado de mariscos y plátano maduro. Saborear estos platos al lado del puerto, con la brisa del Pacífico y el bullicio del trafico local combinado con la música diversa proveniente de los locales al rededor, fue una experiencia gastronómica que quedará grabada en mi memoria.
La Ciudad de Panamá ha cambiado drásticamente en los últimos años. Aunque había estado allí en el pasado, me sorprendió cómo se transformó en una metrópoli moderna, con imponentes rascacielos, enormes centros comerciales y un tráfico intenso, característico de las grandes capitales latinoamericanas. Su diversidad cultural es evidente, alimentada por una oleada de inmigrantes de toda la región que buscan en Panamá un nuevo comienzo
Sin embargo, esta ciudad llena de encanto y contrastes también enfrenta retos. Aunque a primera vista parezca segura, la realidad es que su nivel de inseguridad es comparable al de grandes urbes como Bogotá, São Paulo o Caracas. Esta dualidad es parte de lo que hace de Panamá un destino fascinante: una ciudad encantadora al borde del Pacífico, que combina modernidad, tradiciones y una rica mezcla de sabores y culturas que te invitan a explorar más allá de su superficie.
Al día siguiente nos dedicamos a explorar la ciudad mientras ultimábamos los preparativos para partir temprano hacia Colón, en el lado del Atlántico. Los barcos provenientes de Virginia, su último puerto antes de llegar a Panamá, atracan temprano, y queríamos estar listos para recibirlos. Durante el recorrido, algo que me impactó fue la gran presencia de colombianos y venezolanos. En cada esquina, los nombres de los comercios reflejan la influencia de estos dos países. Caminar por sus calles y escuchar acentos tan familiares, que hace más de 20 años eran casi inexistentes fuera de sus fronteras, fue una experiencia que me llenó de nostalgia y curiosidad.
Sin embargo, el tráfico de la ciudad es un capítulo aparte: un verdadero caos. Aunque la ciudad ha crecido significativamente, su infraestructura no está diseñada para soportar tantos vehículos, lo que convierte cada trayecto en una prueba de paciencia. Paradójicamente, ese caos me resulta entrañable en cierta medida, evocando recuerdos que me arrancan una sonrisa.
Con su encanto vibrante, energía contagiosa y todos los elementos que lo convierten en un destino fascinante, todavía no estoy seguro de que este lugar sea el ideal para establecerme. Aunque, como suele decirse, la vida está llena de giros inesperados, y nunca sabemos con certeza dónde terminaremos.
Al amanecer del día siguiente, antes de las 7:00 AM, llegamos a Colón, a una hora y media de la Ciudad de Panamá. Apenas entrando en la ciudad, nos informaron que los barcos ya estaban anclando en la bahía. Sin perder tiempo, nos dirigimos al puerto para tomar la lancha que nos llevaría al buque y allí aguardamos a los pilotos e inspectores que realizarían la entrada oficial de los barcos al país. La lancha nos esperaba, lista para el traslado.
La Escuadra de Entrenamiento de la Fuerza Marítima de Autodefensa de Japón (JMSDF), compuesta por el buque de entrenamiento JS Kashima y el escolta Shimakaze (Clase Hatakaze DDG), zarpó en Mayo desde Japón en una travesía de seis meses alrededor del mundo. Antes de llegar a Panamá, su impresionante itinerario incluyó puertos como Estambul, Londres y Virginia. Ahora, su ruta los llevará a México, Hawái y finalmente de vuelta a Hiroshima, donde comenzó esta epopeya marítima.
Pasamos el día a bordo del Kashima, inmersos en reuniones logísticas y planeando cada detalle del cruce del Canal. El ambiente a bordo es fascinante: una fusión entre lo moderno y lo tradicional, impregnado por la armonía y eficiencia características de la cultura japonesa. Estuve presente en diversas reuniones, intentando seguir las conversaciones con mi limitado conocimiento del idioma. El resto del tiempo lo pasé en la zona de descanso, un espacio que parecía transportarme directamente a Japón, con televisores mostrando canales nipones y máquinas expendedoras repletas de bebidas y golosinas locales. No faltaron los gestos de hospitalidad: la tripulación se acercaba constantemente para ofrecerme té verde, mi favorito.
Al caer la tarde, regresamos a Colón en la lancha. Aproveché la oportunidad para explorar un poco más la ciudad y disfrutar de una merecida cena con vistas a la bahía, en la emblemática zona franca. Una jornada que combinó logística, cultura y la cálida hospitalidad japonesa, dejando una huella imborrable en mi memoria.
El gran día había llegado. A las 4 de la mañana, dejamos el hotel con la emoción a flor de piel. Nuestro destino: el puerto, donde nos esperaba la lancha junto al piloto que nos llevaría al barco y marcaría el inicio de nuestra travesía hacia el Pacífico. El puerto despertaba con actividad mientras nos preparamos para cruzar el icónico Canal de Panamá. Aunque solo cruzaríamos el canal, tuve que someterme a una inspección de aduana e inmigración, siendo el único extranjero del grupo. Mis compañeros, panameños, no tenían que preocuparse por estos trámites, ya que las leyes del país les otorgan libre circulación en el canal. Yo, en cambio, mostré mi pasaporte y mi mochila para cumplir con las regulaciones necesarias. Toda persona extranjera necesita permisos especiales, sobre todo si viaja en un barco como pasajero y no como parte de la tripulación.
Tras completar los trámites, abordamos las lanchas que nos condujeron al JS Kashima, el barco que cruzaría a primera hora de la mañana. Otro grupo viajaría más tarde en el Shimakaze, al no haber cupo disponible para ambos barcos al mismo tiempo.
A las 6 de la mañana, el piloto subió a bordo, listo para tomar el mando durante el cruce. Con la maniobra de alzar ancla, comenzó nuestra gran travesía hacia la entrada del canal. El día amanecía espléndido, con un cielo que poco a poco se teñía de tonos cálidos. La bahía estaba tranquila, y el ronroneo de las máquinas del barco nos acompañaba mientras nos acercábamos al puente Atlántico, que marca la entrada al canal. Desde allí, a lo lejos, ya se vislumbraban las majestuosas esclusas de Gatún, el primer gran reto de nuestro viaje.
La combinación de un amanecer perfecto, la calma del océano y la expectativa del cruce por una de las obras de ingeniería más fascinantes del mundo hizo que este momento quedara grabado como el inicio de una aventura inolvidable.
Cuarenta minutos después de cruzar el imponente Puente Atlántico, llegamos a las famosas esclusas de Gatún, el primer paso rumbo al Océano Pacífico. El espectáculo que se despliega ante nuestros ojos es cautivador: el proceso para atravesarlas lleva poco más de una hora, y cada momento es una lección en ingeniería y precisión. Cerca de las esclusas, una lancha se aproxima al barco con unos 10 trabajadores del Canal, los auténticos protagonistas de esta hazaña. Ellos, y solo ellos, son responsables de sujetar los cabos y coordinar con las máquinas en tierra, unas potentes locomotoras diseñadas para arrastrar las embarcaciones con una fuerza impresionante.
Por motivos de seguridad, la tripulación solo puede observar mientras el barco se ajusta al descenso dentro de la esclusa.
Una vez cerradas las enormes puertas metálicas, comienza el fascinante proceso de vaciado de agua. Lentamente, el barco desciende al nivel del siguiente tramo, una transición suave pero cargada de emoción. Al abrirse las compuertas, la travesía continúa, repitiendo este procedimiento en las siguientes dos esclusas. Es un espectáculo que combina historia, tecnología y naturaleza, una experiencia inolvidable que conecta al viajero con el alma del Canal de Panamá.
El Canal de Panamá, una maravilla de la ingeniería mundial, cuenta con cinco impresionantes conjuntos de esclusas: Pedro Miguel, Agua Clara, Miraflores, Gatún y Cocolí. Estas esclusas desempeñan un papel crucial en la navegación a través del canal. En Miraflores, un sistema de
dos etapas eleva las embarcaciones desde el nivel del Pacífico hacia el lago Gatún, mientras que en Pedro Miguel, un sistema de una sola etapa complementa esta hazaña. Por otro lado, las esclusas triples de Gatún permiten descender desde el lago hacia el Atlántico. Cada sistema está diseñado con trayectorias paralelas, lo que facilita el tránsito simultáneo de buques en direcciones opuestas. Esta sincronización ingeniosa maximiza la eficiencia, permitiendo que miles de embarcaciones crucen anualmente entre ambos océanos. ¿Sabías que estas esclusas no solo son funcionales, sino que también ofrecen vistas espectaculares para los visitantes? Explorar su operación es presenciar la magia de la ingeniería en acción.
Atravesamos la imponente esclusa de Gatún y seguimos nuestro recorrido por el icónico Canal de Panamá, aún con dos esclusas más por cruzar antes de alcanzar el Pacífico. Esta etapa nos lleva a través del majestuoso Lago Gatún, un paraíso natural que deslumbra con sus increíbles paisajes. La idea de pescar aquí me llena de emoción, aunque pronto recuerdo que esta zona es una reserva natural rigurosamente protegida por la administración del canal, y navegar sin autorización está estrictamente prohibido. El lago, rodeado por pequeñas islas y habitado por una asombrosa diversidad de aves, nos regala una postal viva de la naturaleza en su máxima expresión.
Al dejar atrás el lago, el canal se angosta y nos adentramos en un tramo donde solo un barco puede pasar a la vez. Llegamos a Gamboa, un pintoresco pueblo donde el ferrocarril serpentea junto al canal desde Miraflores. Desde aquí, podemos observar la vida salvaje: aves exóticas que encantan a los fotógrafos y enormes iguanas tomando el sol en las rocas junto a la orilla. Este tramo del canal, una hazaña de ingeniería humana, nos sumerge en la historia y la grandeza del esfuerzo humano.
A medida que avanzamos, el majestuoso Puente Centenario se vislumbra en la distancia, un recordatorio de que las próximas esclusas están cerca. Aprovecho este momento para subir al puente de mando y disfrutar de un almuerzo sencillo pero delicioso: un sándwich de pollo con ensalada y un refresco. Mientras saboreo cada bocado, observo con fascinación la precisión con la que el piloto dirige a la tripulación para maniobrar el estrecho canal. A primera vista, parece un proceso simple, pero la destreza y coordinación necesarias son impresionantes. Este viaje por el Canal de Panamá es mucho más que un trayecto; es una experiencia inolvidable que mezcla naturaleza, historia y un toque de aventura.
Pedro Miguel es la próxima reclusa que debemos atravesar, marcando la entrada al lago de Miraflores. Estamos cada vez más cerca de nuestro objetivo: llegar al Océano Pacífico. Esta reclusa conserva un encanto especial, con los edificios históricos que rememoran la época en la que el canal inició operaciones bajo el control de Estados Unidos. Su esencia clásica, los paisajes que la rodean y su atmósfera nostálgica la convierten en un punto único del recorrido.
Aunque la atravesamos rápidamente, no estuvo exenta de un contratiempo. Una de las locomotoras liberó el winche con demasiada rapidez, lo que hizo que el barco chocara contra una de las paredes. El impacto resonó con fuerza, dejando marcas visibles tanto en el concreto como, probablemente, en el casco de la embarcación.
Ahora navegamos por el lago de Miraflores. En el horizonte ya divisamos nuestra última reclusa y, al fondo, los imponentes edificios de Ciudad de Panamá, anunciando que el final de nuestra travesía está cerca. Sin embargo, aún queda camino por recorrer, avanzando lentamente, como exige la regulación de velocidad en este histórico canal. La emoción crece con cada metro que nos acerca al Pacífico.
Finalmente llegamos a la última y más emblemática esclusa del recorrido: Miraflores. Esta joya de ingeniería, situada a las puertas de la Ciudad de Panamá, es no solo la más grande, sino también la más visitada por turistas de todo el mundo. Aquí se encuentra un fascinante museo que relata la historia del Canal de Panamá, acompañado de una sala de cine que proyecta impresionantes videos sobre su construcción original y la monumental ampliación realizada para adaptarse a los gigantescos buques portacontenedores modernos, muchos de los cuales ya no podían cruzarlo debido a su tamaño.
Desde las gradas con vista privilegiada a la esclusa, los visitantes se reúnen expectantes, celebrando cada barco que transita: ya sea entrando al canal o saliendo hacia el océano. En esta ocasión, un buque militar, una rareza en estas aguas debido a las estrictas regulaciones del gobierno panameño, captó toda la atención. Alzando orgullosamente su bandera japonesa como gesto de buena voluntad, el barco comenzó su paso final mientras las gradas estallaban en aplausos y vítores.
La tripulación, visiblemente emocionada, salió a cubierta para corresponder los saludos. Gritos de entusiasmo llenaron el aire, marcando un momento único. Desde la proa, el horizonte se abre y con ello el fin de este majestuoso cruce por el canal, un espectáculo de unión entre historia, ingeniería y humanidad que deja huella en todos los presentes.
Después de cruzar la imponente esclusa de Miraflores, la vista se despeja y revela la vibrante ciudad de Panamá, rodeada de una majestuosa selva tropical que protege el Canal. Mientras avanzamos, el Puente de las Américas aparece en el horizonte, un ícono emblemático que marca nuestro ingreso al Océano Pacífico. La emoción se apodera de la tripulación cuando cruzamos bajo el puente, observando las marcaciones del canal que nos guían hacia las aguas del Pacífico. La ciudad, con sus imponentes rascacielos, se despliega a lo largo de la costa, brindándonos una vista espectacular, donde el azul profundo del mar contrasta con las luces urbanas.
Avanzamos entre los navíos anclados que esperan su turno para cruzar el canal, mientras el sol se despide con un atardecer inolvidable. Las aguas comienzan a teñirse de dorado y rojo, una escena mágica enmarcada por pequeñas islas que salpican el horizonte. Cuando llega la noche, tras doce horas de travesía, estamos listos para dejar el barco. La despedida con el alto mando es emotiva, pero pronto enfrentamos un último reto: el agitado transbordo a la lancha que nos llevará a tierra firme. En la oscuridad, y con las olas del Pacífico jugando en nuestra contra, uno de los miembros del grupo casi cae al agua mientras descendía por las escaleras de cuerda. Finalmente, logramos abordar la lancha, iniciando un emocionante trayecto hacia el muelle.
La ciudad de Panamá, iluminada en la distancia, nos guía mientras nos alejamos del Kashima, cuyo brillo se pierde poco a poco en el horizonte. Reflexiono sobre esta increíble experiencia cruzando el Canal de Panamá, que queda grabada como una de las mejores de mi vida. El barco permanecerá anclado, esperando al Shimakaze para continuar juntos hacia México.
Ya en tierra, el viaje no termina del todo. Decidimos aprovechar los días restantes en Panamá y dirigirnos a Punta Barco, un paraíso costero a una hora de la ciudad. Allí, disfruté de la calidez de la gente, las relajantes playas y un merecido descanso. Este destino fue el broche de oro para una travesía inolvidable, cerrando mi aventura en Panamá con el corazón lleno de gratitud y recuerdos imborrables.